Cuentos infantiles

En esta sección encontrarás los mejores cuentos infantiles para que disfrutes leyéndolos.
El Muñeco de Nieve
Había dejado de nevar y los niños, ansiosos de libertad, salieron de casa y empezaron a

corretear por la blanca y mullida alfombra recién formada.
La hija del herrero, tomando puñados de nieve con sus manitas hábiles, se entrego a la tarea de moldearla.
Hare un muñeco como el hermanito que hubiera deseado tener se dijo.
Le salio un niñito precioso, redondo, con ojos de carbón y un botón rojo por boca. La pequeña estaba entusiasmada con su obra y convirtió al muñeco en su inseparable compañero durante los tristes días de aquel invierno. Le hablaba, le mimaba...
Pero pronto los días empezaron a ser más largos y los rayos de sol mas calidos... El muñeco se fundió sin dejar mas rastro de su existencia que un charquito con dos carbones y un botón rojo. La niña lloro con desconsuelo.
Un viejecito, que buscaba en el sol tibieza para su invierno, le dijo dulcemente: Seca tus lagrimas, bonita, por que acabas de recibir una gran lección: ahora ya sabes que no debe ponerse el corazón en cosas perecederas.
Fin
El Cedro Vanidoso
Érase una vez un cedro satisfecho de su hermosura.

Plantado en mitad del jardín, superaba en altura a todos los demás árboles. Tan bellamente dispuestas estaban sus ramas, que parecía un gigantesco candelabro.
Si con lo hermoso que soy diera además fruto, se dijo, ningún árbol del mundo podría compararse conmigo.
Y decidió observar a los otros árboles y hacer lo mismo con ellos. Por fin, en lo alto de su erguida copa, apunto un bellísimo fruto.
Tendré que alimentarlo bien para que crezca mucho, se dijo.
Tanto y tanto creció aquel fruto, que se hizo demasiado grande. La copa del cedro, no pudiendo sostenerlo, se fue doblando; y cuando el fruto maduro, la copa, que era el orgullo y la gloria del árbol, empezó a tambalearse hasta que se troncho pesadamente.
¡A cuantos hombres, como el cedro, su demasiada ambición les arruina!
Fin
La Gata Encantada
Érase un príncipe muy admirado en su reino. Todas las jóvenes casaderas deseaban tenerle

por esposo. Pero el no se fijaba en ninguna y pasaba su tiempo jugando con Zapaquilda, una preciosa gatita, junto a las llamas del hogar. Un día, dijo en voz alta:
Eres tan cariñosa y adorable que, si fueras mujer, me casaría contigo.
En el mismo instante apareció en la estancia el Hada de los Imposibles, que dijo:
Príncipe tus deseos se han cumplido.
El joven, deslumbrado, descubrió junto a el a Zapaquilda, convertida en una bellísima muchacha.
Al día siguiente se celebraban las bodas y todos los nobles y pobres del reino que acudieron al banquete se extasiaron ante la hermosa y dulce novia. Pero, de pronto, vieron a la joven lanzarse sobre un ratoncillo que zigzagueaba por el salón y zampárselo en cuanto lo hubo atrapado. El príncipe empezó entonces a llamar al Hada de los Imposibles para que convirtiera a su esposa en la gatita que había sido. Pero el Hada no acudió, y nadie nos ha contado si tuvo que pasarse la vida contemplando como su esposa daba cuenta de todos los ratones de palacio
Fin.
El Nuevo Amigo
Érase un crudo día de invierno. Caía la nieve, soplaba el viento y Belinda jugaba con unos enanitos en el bosque. De pronto se escucho un largo aullido.
¿Que es eso? Pregunto la niña.
Es el lobo hambriento. No debes salir porque te devoraría le explico el enano sabio.
AL día siguiente volvió a escucharse el aullido del lobo y Belinda, apenada, pensó que todos eran injustos con la fiera. En un descuido de los enanos, salio, de la casita y dejo sobre la nieve un cesto de comida.
Al día siguiente ceso de nevar y se calmo el viento. Salio la muchacha a dar un paseo y vio acercarse a un cordero blanco, precioso.
¡Hola, hola! Dijo la niña. ¿Quieres venir conmigo?
Entonces el cordero salto sobre Belinda y el lobo, oculto se lanzo sobre el, alcanzándole una dentellada. La astuta y maligna madrastra, perdió la piel del animal con que se había disfrazado y escapo lanzando espantosos gritos de dolor y miedo.
Solo entonces el lobo se volvió al monte y Belinda sintió su corazón estremecido, de gozo, mas que por haberse salvado, por haber ganado un amigo.
Fin.
La Leona
Los cazadores, armados de lanzas y de agudos venablos, se acercaban silenciosamente

.
La leona, que estaba amamantando a sus hijitos, sintió el olor y advirtió en seguida el peligro.
Pero ya era demasiado tarde: los cazadores estaban ante ella, dispuestos a herirla.
A la vista de aquellas armas, la leona, aterrada, quiso escapar. Y de repente pensó que sus hijitos quedarían entonces a merced de los cazadores. Decidida a todo por defenderlos, bajó la mirada para no ver las amenazadoras puntas de aquellos hierros y, dando un salto desesperado, se lanzó sobre ellos, poniéndolos en fuga.
Su extraordinario coraje la salvó a ella y salvó a sus pequeñuelos. Porque nada hay imposible cuando el amor guía las acciones.
Fin
El Viajero Extraviado
Érase un campesino suizo, de violento carácter, poco simpático con sus semejantes y cruel

con los animales, especialmente los perros, a los que trataba a pedradas.
Un día de invierno, tuvo que aventu-rarse en las montañas nevadas para ir a recoger la herencia de un pariente, pero se perdió en el camino. Era un día terrible y la tempestad se abatió sobre él. En medio de la oscuridad, el hombre resbaló y fue a caer al abismo. Entonces llamó a gritos, pidiendo auxilio, pero nadie llegaba en su socorro. Tenía una pierna rota y no podía salir de allí por sus propios medios.
-Dios mío, voy a morir congelado...
-se dijo.
Y de pronto, cuando estaba a punto de perder el conocimiento, sintió un aliento cálido en su cara. Un hermoso perrazo le estaba dando calor con inteligencia casi humana. Llevaba una manta en el lomo y un barrilito de alcohol sujeto al cuello. El campesino se apresuró a tomar un buen trago y a envolverse en la manta. Después se tendió sobre la espalda del animal que, trabajosamente, le llevó hasta lugar habitado, salvándole la vida.
¿Sabéis, amiguitos qué hizo el campesino con su herencia? Pues fundar un hogar para perros como el que le había salvado, llamado San Bernardo. Se dice que aquellos animales salvaron muchas vidas en los inviernos y que adoraban a su dueño...
Fin
El Papel y La Tinta
Estaba una hoja de papel sobre una mesa, junto a otras hojas iguales a ella, cuando una pluma, bañada en negrísima tinta, la mancho llenándola de palabras.
¿No podrías haberme ahorrado esta humillación? Dijo enojada la hoja de papel a la tinta. Tu negro infernal me ha arruinado para siempre.
No te he ensuciado. Repuso la tinta. Te he vestido de palabras. Desde ahora ya no eres una hoja de papel, sino un mensaje. Custodias el pensamiento del hombre. Te has convertido en algo precioso.
En efecto, ordenando el despacho, alguien vio aquellas hojas esparcidas y las junto para arrojarlas al fuego. Pero reparo en la hoja "sucia" de tinta y la devolvió a su lugar porque llevaba, bien visible, el mensaje de la palabra. Luego, arrojo las demás al fuego.
Fin.
Caperucita Roja
Érase una vez una niña a la que todos conocían como

Caperucita Roja, porque siempre, siempre, siembre usaba como abrigo la caperuza roja que le había hecho su mamá. Cierto día, la abuela de Caperucita Roja, que vivía en lo profundo del bosque, cayó muy enferma, y su mamá envió a la niña para que le hiciera compañía.
Le preparó una canasta llena de cosas ricas, y antes de que partiera le recomendó muy especialmente: “Ve a ver cómo se encuentra tu abuelita, pero camina siempre por el sendero corto del bosque, así llegarás antes. No te apartes nunca de él y por ningún motivo tomes el camino largo ni hables con extraños”. Caperucita Roja prometió obedecer y partió muy contenta cargando la canasta que le había dado su mamá. Llevaba un buen tramo andado cuando se encontró en lo más espeso del bosque, sin sospechar que dos ojos malignos la acechaban. De repente, por detrás de un árbol se asomó el lobo feroz del bosque quien, fingiendo simpatía, dijo a la niña:-“Caperucita Roja ¿a donde te diriges con esa canastita?”.-“A casa de mi abuelita que está muy enferma y vive al otro lado del bosque, Señor Lobo”-contestó. Y entonces el lobo pensó:”Mmm..., podría comerme a esta niña, pero mejor será esperar así podré comerme también a la abuelita”.
Entonces urdió el lobo un maléfico plan. Dirigiéndose nuevamente a Caperucita le dijo: “¿Y por qué tomas este camino tan feo si podrías tomar el otro sendero que es mucho más bonito?”.-”Es que mi mamá me ha dicho que no me aparte de él”-explicó la niña.-”Tonterías-dijo el lobo-el sendero largo es mucho más bonito. Está lleno de aves que cantan, cervatillos y montones de flores que podrías recoger para hacer sentir mejor a tu abuelita”.Caperucita Roja dudó un momento pero finalmente resolvió:”Tiene razón, señor lobo, a mi abuelita le encantan las flores, y estoy segura de que si le llevo un puñado se recuperará mucho antes, gracias por su consejo”. Y así, feliz retomó la marcha por el sendero largo del bosque, olvidando las instrucciones de su mamá.
Entretanto, el lobo siguió por el sendero corto y llegó mucho antes que Caperucita Roja a la casa de la abuela. Golpeó la puerta y cuando la abuelita preguntó: “¿Quién es?” El lobo puso la voz finita, finita y dijo: “Caperucita Roja, abuelita”, entonces, cuando la abuela engañada lo dejó pasar, el lobo de un bocado y sin masticar, se comió a la abuelita entera con camisón y todo. Después, sin perder tiempo, se puso un camisón y se metió en la cama para esperar a la verdadera Caperucita. Enseguida escuchó el toc-toc de la puerta y poniendo la voz finita, finita dijo: “Adelante, nietita, pasa, pasa”. Entonces, Caperucita se acercó al lecho donde creía yacía su abuela enferma, pero enseguida notó algo extraño. Dijo Caperucita al lobo: -”Abuelita, que ojos tan grandes tienes”.-”Son para mirarte mejor”-dijo el lobo.
Pero Caperucita insistió:-”Abuelita, que nariz tan grande tienes”.-”Es para olerte mejor”-respondió el lobo. -”Abuelita, que orejas tan grandes y puntiagudas tienes”. -“Son para oírte mejor”-dijo el lobo. “Pero abuelita ¡que boca tan grande y que dientes tan filosos tienes!”.-”¡SON PARA COMERTE MEJOR!”-gritó el lobo, y de un solo bocado se tragó también a Caperucita Roja.
Pueden imaginarse ustedes el tamaño de la panza de ese lobo. Piensen que una abuela y su nieta son para un lobo lo que para nosotros diez platos de fideos, seis tartas de jamón y queso, doscientos sándwiches de miga, catorce churrascos, veinte kilos de papas fritas y seis flanes con dulce de leche. El lobo estaba tan pesado que tuvo que tirarse a dormir y quedó sumido en el más profundo de los sueños.
Y tan profundamente dormía el lobo que no se dió cuenta de que la abuela y Caperucita, que habían sido tragadas de un solo bocado, estaban aún vivas dentro de su estómago y gritaban pidiendo auxilio. Esos gritos desesperados fueron escuchados por un leñador que pasaba justo por el lugar. Sin perder tiempo, al darse cuenta de lo que ocurría, el leñador tiró abajo la puerta de la abuelita y de un solo hachazo dió muerte al lobo. Después, con un par de tijeras filosas, le abrió el vientre y rescató a la abuela y su nieta.
Ya se pueden imaginar lo agradecidas que estaban Caperucita y su abuela. Pronto se recuperó la abuelita a fuerza de mimos y cuidados. Y en cuanto a Caperucita Roja, nunca, nunca, nunca más volvió a desobedecer a su mamá.
Caperucita y Los Aves
Aquel invierno fue más crudo que de ordinario y el hambre se hacía sentir en la comarca. Pero eran las avecillas quienes llevaban la peor parte, pues en el eterno manto de nieve que cubría la tierra no podían hallar sustento.
Caperucita Roja, apiadada de los pequeños seres atrevidos y hambrientos, ponía granos en su ventana y miguitas de pan, para que ellos pudieran alimentarse. Al fin, perdiendo el temor, iban a posarse en los hombros de su protectora y compartían el cálido refugio de su casita.
Un día los habitantes de un pueblo cercano, que también padecían escasez, cercaron la aldea de Caperucita con la intención de robar sus ganados y su trigo.
-Son más que nosotros -dijeron los hombres-. Tendríamos que solicitar el envío de tropas que nos defiendan.
-Pero es imposible atravesar las montañas nevadas; pereceríamos en el camino -respondieron algunos.
Entonces Caperucita le habló a la paloma blanca, una de sus protegidas. La avecilla, con sus ojitos fijos en la niña, parecía comprenderla. Caperucita Roja ató un mensaje en una de sus patas, le indicó una dirección desde la ventana y lanzó hacia lo alto a la paloma blanca.
Pasaron dos días. La niña, angustiada, se preguntaba si la palomita habría
sucumbido bajo el intenso frío. Pero, además, la situación de todos los vecinos de la aldea no podía ser más grave:
sus enemigos habían logrado entrar y se hallaban dedicados a robar todas las provisiones.
De pronto, un grito de esperanza resonó por todas partes: un escuadrón de cosacos envueltos en sus pellizas de pieles llegaba a la aldea, poniendo en fuga a los atacantes.
Tras ellos llegó la paloma blanca, que había entregado el mensaje. Caperucita le tendió las manos y el animalito, suavemente, se dejó caer en ellas, con sus últimas fuerzas. Luego, sintiendo en el corazón el calor de la mejilla de la niña, abandonó este mundo para siempre.
Fin